TRASTORNOS DE CONDUCTA EN LA NIÑEZ
La desobediencia y la conducta
agresiva son dos de los principales
reclamos de los padres y educadores.
En
los últimos años, la sociedad y la familia ha sufrido cambios significativos
respecto a su estructura y valores, esto definitivamente ha impactado en la
población infantojuvenil y se ve reflejado en trastornos de conducta.
Las
conductas infantiles inadecuadas pueden presentar cierta normalidad en
determinadas etapas del desarrollo, sin embargo, cuando la magnitud y
perseverancia de dichas conductas son excesivas podemos hablar de problemas
conductuales.
La
desobediencia y la conducta agresiva son conductas que surgen en la interacción
entre el niño y las figuras de autoridad y constituyen parte de los trastornos
de conducta más habituales durante la infancia, son dos de los principales
reclamos de los padres y educadores. Cuando hablamos de desobediencia nos
referimos a acciones que incumplen normas u órdenes de los adultos. Y debemos
estar alerta cuando aparece acompañada de oposicionismo y agresividad, es
decir, rabietas, discusiones, desafíos y enfrentamientos, comportamientos
violentos, crueles y destructivos.
Cuando
un niño presenta esta sintomatología, el problema recibe el nombre de Trastorno
Negativista Desafiante y se caracteriza por un patrón recurrente de
comportamiento negativista, desobediente y hostil dirigido a las figuras de
autoridad. Si además persisten a lo largo del tiempo conductas que suponen una
trasgresión repetida de las normas de conductas socialmente establecidas,
recibe el nombre de Trastorno Disocial. Sin embargo, un niño con
problemas conductuales puede también tener otros diagnósticos que estén
produciendo la sintomatología, como una Depresión, Déficit Atencional u otros.
Por ello, resulta imprescindible establecer estas diferencias ya que los
enfoques terapéuticos son distintos.
Para
trabajar sobre la desobediencia y la agresividad es necesario evaluar e
intervenir en la conducta de los padres y educadores. Entonces, el tratamiento
se realiza paralelamente con el niño y con los responsables del mismo.
También es importante tener en cuenta los estilos de crianza de los padres. En
la actualidad, es sabido que aquellos padres que combinan el afecto emocional
alto hacia los hijos con un control y disciplina, son los que obtienen los
mejores resultados en cuanto al desarrollo afectivo e intelectual de sus hijos,
reduciendo al mínimo los problemas de conducta en cada etapa.
Si
bien cada niño es diferente así como sus necesidades de atención, la aparición
de conductas problemáticas es un síntoma indiscutible que debe poner a los
tutores en guardia y hacerlos más sensibles hacia las demandas
afectivas del niño.
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